domingo, 1 de abril de 2012

Microcosmos.

"Hace cincuenta años el barrio madrileño de Lavapiés, antaño enclave de judíos y moriscos, era considerado todavía uno de los barrios más castizos de Madrid, donde se conservaban, como curiosidades arqueológicas, el chulapo y la chulapa y demás personajes de las zarzuelas, guapos de chaleco, gorra, pañuelo al cuello y pantalones ajustados, y manolas embutidas en vestidos de lunares, grandes aretes y sombrillas y pañuelos ceñidos sobre unas cabelleras recogidas en moños esculturales.

Cuando vine a vivir en Lavapiés, el barrio había cambiado de tal manera que a ratos me preguntaba si en esa Babel quedaba todavía algún madrileño de cepa o todos los vecinos éramos, como Marcella y yo, madrileños importados. Los españoles del barrio procedían de todos los rincones de España y con sus acentos y su variedad de tipos físicos contribuían a dar a esa mazamorra de razas, lenguas, dejes, costumbres, atuendos y nostalgias de Lavapiés el semblante de un microcosmos. La geografía humana del planeta parecía representada en su puñado de manzanas. Al salir de la calle Ave María, donde vivíamos en el tercer piso de un edificio descolorido y averiado, se hallaba uno en una Babilonia en la que convivían mercaderes chinos y paquistaníes, lavanderías y tiendas hindúes, saloncitos de té marroquíes, bares repletos de sudamericanos, narcos colombianos y africanos y, por doquier, formando grupos en los zaguanes y las esquinas, cantidad de rumanos, yugoslavos, moldavos, dominicanos, ecuatorianos, rusos y asiáticos. Las familias españolas del barrio oponían a las transformaciones los viejos usos haciendo tertulia de balcón a balcón, poniendo a secar la ropa en cordeles tendidos en aleros y ventanas, y, los domingos, yendo en parejas, ellos con corbatas y ellas de negro, a oír misa a la iglesia de San Lorenzo, en la esquina de las calles del Doctor Piga y del Salitre."

Mario Vargas Llosa

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